lunes, 11 de mayo de 2020

EL CUERPO EN LA POSMODERNIDAD

                                             EL CUERPO EN LA POSMODERNIDAD

Soengas, Stella Elvira; Zamorano, Silvia
Facultad de Psicología, Universidad Nacional de La Plata.
Argentina

                                          RESUMEN

Sabemos que la subjetividad está determinada por el Otro cultural, es decir que cada época engendra una modalidad subjetiva particular. El cambio en la subjetividad trae aparejado un necesario cambio en el modo en que se presenta el malestar, por lo cual existe un malestar correspondiente al discurso imperante. En este sentido el estatuto del cuerpo ha variado en el curso de la historia y con ello las modalidades en que el malestar se manifiesta. Nuestro interés será hacer un breve pasaje por las concepciones del cuerpo en distintos períodos de la historia para abocarnos al valor y tratamiento que cobra en la actualidad y preguntarnos acerca de sus consecuencias subjetivas manifestadas principalmente en los llamados “nuevos síntomas”.
Palabras clave Posmodernidad Otro Cuerpo Goce

                                                                                  

                                  INTRODUCCIÓN 

Sabemos que la subjetividad está determinada por el Otro cultural, es decir que cada época engendra una modalidad subjetiva particular. El cambio en la subjetividad trae aparejado un necesario cambio en el modo en que se presenta el malestar, por lo cual existe un malestar correspondiente al discurso imperante. En este sentido el estatuto del cuerpo ha variado en el curso de la historia y con ello las modalidades en que el malestar se manifiesta. Nuestro interés será hacer un breve pasaje por las concepciones del cuerpo en distintos períodos de la historia para abocarnos al valor y tratamiento que cobra en la actualidad y preguntarnos acerca de sus consecuencias subjetivas manifestadas principalmente en los llamados “nuevos síntomas”.
                                                      
                        RECORRIDO HISTÓRICO

Con el transcurrir de los siglos, las representaciones simbólicas que el hombre se hace de sí mismo, de los demás y del universo que lo rodea, han ido cambiando con el acontecer de diversos sucesos sociales, económicos y políticos. Es por esto que para aprehender el momento presente debemos necesariamente remontarnos al pasado. Y será el arte, en este caso, quien vendrá en nuestra ayuda. En la Antigüedad, las imágenes del cuerpo humano que los griegos nos han dejando en sus esculturas, son una referencia inevitable. Representaciones de un cuerpo humano idealizado, en las que el mismo Hegel ha visto la expresión del espíritu mismo, en tanto que ellas reprimen totalmente el elemento físico, siendo la expresión del espíritu mismo. Estas esculturas ofrecen a la visión una imagen divina, autosuficiente, en la calma de la felicidad. Nosotros podemos decir que la fascinación, el encantamiento de la representación idealizada del cuerpo en las esculturas griegas, nos ofrece una imagen de homeostasis perfecta, podríamos decir, de un cuerpo sin goce y sin castración. El goce, nos dice Miller, no se lee en esos rostros tranquilos, ya que este debería ser representado por un gesto, por una mueca. Se opondrá a estos cuerpos el Cristianismo, donde surgirá el cuerpo de Cristo como glorificado, primero como niño, en esa imagen de felicidad en brazos de su madre, es el Dios con su madre, si bien no al estilo de los griegos, ya que esta imagen de felicidad encubre por debajo la castración femenina. Luego será la imagen de Cristo en la cruz, imagen de un cuerpo totalmente torturado y que nosotros hemos recibido para que lo adoremos. Una representación del cuerpo mutilada. Allí entonces, donde los Griegos nos ofrecen la representación de un cuerpo perfecto y sereno, sin castración, el cristianismo nos muestra la crudeza de la castración para que la adoremos. La sociedad Medieval (siglo V-XV), con el cristianismo como su gran operador ideológico, nos presenta un cuerpo crispado y a la vez glorificado. La idea no fue desarrollar la belleza del cuerpo humano, más bien acentuar el peligro que el mismo podría suponer para el alma. La Edad Media es la época de la gran renuncia del cuerpo: desaparecen estadio, termas, teatros y circos, los que estaban asociados al culto, a la gimnasia y el deporte típicos de la Antigüedad grecorromana, típicos del culto del cuerpo. El Renacimiento significó un movimiento cultural de los siglos XV al XVII, iniciado en Italia y propagado por Europa, que terminó dando nombre a un período de la civilización occidental caracterizado por la vuelta a la antigüedad clásica como reacción contra la mentalidad teológica medieval, desvinculando el arte del monopolio cultural de la iglesia. El canon de belleza se ajusta ahora a la belleza humana. La pintura se vuelve un cuadro en sí mismo, soporte de una memoria, de una celebración personal sin ninguna otra justificación. La incisión de un utensilio en el cuerpo humano en la Edad Media se consideraba una violación al ser humano El cuerpo era tratado con respeto, con precaución en esta época. Incluso, si repasamos los estudios que se hacían, todos ellos estaban supeditados a la Teología, el Derecho o la Filosofía, careciendo de interés los estudios anatómicos, a no ser para explica algo relacionado con la salud -. En el primer Renacimiento esto va a cambiar. El artista será el primero en desnudar al hombre y mirarlo con ojos estéticos. Surge interés por el cuerpo humano como tal, como así también los estudios anatómicos con fines científicos, que colocaran al cuerpo en otro estatuto, mas allá del la belleza. Es en este momento cuando dos concepciones estéticas van a aparecer. Alberti, teórico de la estética Renacentista, advertía que entre los miembros del cuerpo debía buscarse esa proporción que lo hiciese bello. Es decir, vamos a encontrar el principio de lo que será la representación ideal del cuerpo humano. En el siglo .XV, con Leonardo da Vinci, esta idea variará. Sus dibujos sobre el cuerpo humano tienen un interés estético clarísimo: el de descubrir la estructura sobre la que se basa el orden corporal. Con este enfoque, Leonardo llega a conclusiones totalmente distintas a las de Alberti. Para Leonardo, existen diversos sistemas de proporciones corporales hermosos, sin que se pueda señalar uno superior a otro: “un hombre puede estar bien proporcionado y ser gordo y bajo, o alto y delgado o corriente”. Vemos nacer las dos concepciones que básicamente se van a tener sobre el cuerpo humano en la Estética. La ideal, basada en la perfección irreal; y la que surge de la realidad, basada en el estudio realista del cuerpo humano.

                          LA ÉPOCA POSMODERNA

Algunos autores como Guy Trobas se refieren al “ocaso del Edipo” para caracterizar la época actual en tanto se presenta el fenómeno de la decadencia de la función paterna, más precisamente del papel que cumple la autoridad en dicha función. Freud en “El malestar en la cultura” anticipaba que esta degradación progresiva de la autoridad paterna que observaba en nuestras sociedades, conllevaría un crecimiento del papel imperativo del superyo. En el mismo sentido, Lacan diagnostica esta decadencia de la función del padre y sus consecuencias subjetivas en varias ocasiones a lo largo de su enseñanza. A la altura del seminario 19 Lacan menciona al discurso del capitalismo como una torsión del discurso del amo. Establece que en la actualidad asistimos a una modificación en el tratamiento del goce que desemboca en la sustitución de la falta de goce inherente a la estructura, por el plus de gozar. En el discurso del amo existe una la disyunción, señalada por la doble barra entre $ y el a, entendida como la separación entre el sujeto y el goce, es decir que para el ser hablante, el goce se halla interdicto, el objeto, perdido, ello implica un límite que en el lazo al Otro resulta pacificante para el sujeto. Por el contrario, en el discurso del capitalismo, el goce se reintegra a través de los objetos de consumo, ofertados por el mercado, con los cuales se tapona la división del sujeto. De esta manera, lo que caracteriza a la actualidad es el rechazo sistemático de la castración, el mercado genera una homogeneidad de goce que borra las diferencias, pero paradójicamente genera cada vez mayores procesos de segregación. El imperativo superyoico retorna a través del mandato capitalista ¡Consume!. La cultura actual pone a disposición del sujeto múltiples objetos que prometen suprimir el malestar a todo nivel (productos tecnológicos, de belleza, farmacológicos, entre otros) con lo cual, resulta que el objeto es quien procura satisfacción en forma inmediata en detrimento de la elaboración de saber. El sujeto posmoderno no quiere saber nada de la falta y encuentra la respuesta a su falta en ser en los objetos de consumo. Zygmund Bauman, quien acuñara el término de “modernidad líquida” para referirse a la época actual, afirma que en la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto. Dice: ”la característica más prominente de la sociedad de consumidores es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles”. Es decir que el sujeto consumidor se define primeramente por ser un objeto vendible, que se entrama en las redes del mercado. La subjetividad posmoderna sugiere la puesta en marcha de la apetencia, la búsqueda inmediata de satisfacción, produciendo un efecto de aplastamiento sobre el deseo.


                        EL CUERPO POSMODERNO 


La posmodernidad no tiene banderas. Podemos en todo caso decir que lo que presenta es un ataque desde todos los ángulos al sistema establecido, sin que este ataque represente una corriente ideológica determinada ni un discurso. Cincunegui y Chebar (1996) consideran que: “El sujeto actual, producto de la crisis de la modernidad, se halla descreído, sin ideales totalizantes, fragmentado, y su noción temporal varió en el sentido de privilegiar lo inmediato por sobre el proyecto a largo plazo, con la consiguiente pérdida de la capacidad de espera y del valor de la palabra, desplazado por la imagen”. Estamos entonces, inmersos en lo que podemos llamar una cultura de la imagen donde la apariencia es fundamental, somos sólo cuerpo y éste debe ser atractivo. En este terreno de las apariencias, de los semblantes, el sujeto queda forcluído y la imagen se confunde con el sujeto. Encierro en un mundo imaginario, alienados a la imagen que pasa a ser la protagonista de nuestra época. El concepto posmoderno de belleza corporal se separa radicalmente de los que observábamos en otras épocas, y así la obesidad, característica admirada en las sociedades subalimentadas y en la Edad Media comienza a ser considerada como un enemigo, un estigma que obsesiona a mujeres y también a hombres. Para éstos tener barriga deja de ser una marca de respetabilidad para considerarla un signo de dejadez. Los adelantos de la ciencia viene en apoyo a esto, al descubrir que es la grasa la causa de diversos males: arterioesclerosis, presión elevada, diabetes, etc. El cuerpo es un objeto para ser visto, aparece como objeto de la mirada, del goce estético. Una fantasía común en los jóvenes señala Barman, es “ser famoso”, ser exhibido en la portada de miles de revistas y en pantallas, ser visto, mirado, ser tema de conversación, en definitiva ser deseado por muchos. Con lo cual el cuerpo se transforma él mismo en un objeto de consumo. En el contexto de la posmodernidad signada por el discurso capitalista, el objeto cobra una relevancia significativa en tanto objeto 336 de consumo, perentorio, desechable, rápidamente sustituible. En ese sentido el cuerpo pasa a ser también un objeto de consumo entre otros. Tal como afirma Bauman, citando a Anders “hoy en día el cuerpo humano… es algo que “debe ser superado” y dejado atrás. Los cuerpos en crudo y sin adornos, no reformados ni intervenidos, son vergonzantes, ofensivos para la vista (…)”. “El cuerpo desnudo” no refiere en la actualidad al cuerpo sin ropa, sino a aquel que no ha sido trabajado”. El cuerpo como objeto de las miradas necesita un creciente cuidado, ya que es mostrado y se convierte en la carta de presentación. Se hace ostentación de las formas, de la agilidad, del bronceado, de la textura de la piel, de la calidad de los cabellos. Este cuerpo, ahora preparado para ser ofrecido a la vista de los demás, proporciona muchas gratificaciones narcisistas. El cuerpo contemporáneo se presenta como un objeto que se fabrica, ya no es el cuerpo de la “natura bruta”. Es formado, tónico, esculpido. Es fundamentalmente objeto de mirada, objeto de goce estético. El ideal estético de la delgadez, origina la necesidad de una dieta y actividad física apropiada, se generalizan así las actividades que tienen como finalidad el cuerpo, su bienestar, su apariencia, el objetivo narcisista de sentirse a gusto con el propio cuerpo. Y así, aquello que no se puede lograr con gimnasia o aparatos, se trata de alcanzar con cirugía estética, práctica que también ha sido alcanzada por la posmodernidad, dejando de ser ya sólo reparadora para responder al actual requerimiento del estiramiento facial, arreglo de ojeras, convertir los labios en gruesos y pulposos, agregar volumen a los pechos, aspirar grasas, etc., etc., etc. El ideal del cuerpo triunfa producto de dietas, gimnasia y cirugías.

             
                            EL LUGAR DEL GOCE

Tiempo atrás, Colette Soler señalaba que frente a la homogeneización del goce, movimiento patente en la globalización de los mercados, se da la tendencia a lo “unisex” esto es al borramiento de las diferencias sexuales, también como modo de rechazo a la castración. En ese sentido, el cuerpo de la mujer, borra sus formas femeninas como consecuencia de las dietas y es vestido con amplias ropas que esconden aún más las diferencias. En otros casos respondiendo a la amplia oferta de los gimnasios musculariza su cuerpo, dándole a éste apariencia masculina. Como contrapartida el cuerpo del hombre se femininiza, no solo por los cabellos largos, aros o collares que luce, sino que también la cosmética viene en su ayuda ofreciendo todo tipo de productos para el mantenimiento de su piel, pelo y manicuría, dando origen a una nueva denominación, la de metro-sexuales. En el marco de este rechazo a la castración, que señalábamos como característico de la posmodernidad, resulta interesante cómo la castración retorna de manera paradójica en el cuerpo, a través de sus marcas. Las intervenciones sobre el cuerpo, en todo orden (cirugías, técnicas, disciplinas) implican la puesta en escena de la castración. El cuerpo contemporáneo pasa a ser un cuerpo “marcado”. Se trata de la inscripción de una amputación sobre el cuerpo, ya sea como implante o como sustracción. En “La ficción contemporánea del cuerpo” Reginald Blanchet , afirma que en la actualidad el goce del cuerpo pasa eminentemente por el goce de la marca, hecho manifestado en el cuerpo esculpido, modelado por la vestimenta. El cuerpo pasa a ser un objeto que se fabrica, siguiendo ideales estéticos de la moda. Resulta interesante pensar el valor que hoy en día tienen también, las marcas indelebles en el cuerpo, por ejemplo los tatuajes, en una sociedad donde todo es pasajero. Práctica esta realizada mayoritariamente por los jóvenes, quienes en muchos casos la identifican con una “nueva forma de arte”, “llevar el arte en la piel”.¿Será esta tal vez, una manera de plasmar la juventud, en esta sociedad posmoderna que rechaza el envejecimiento?


                              CUERPOS SIN ALMA


El cristianismo rescató la dignidad del cuerpo sin alma y siguió ofrendando al cadáver sus más respetuosos honores y ha sido el que con mayor furor se ha dedicado a depreciar e infravalorar los alcances del cuerpo. Nacida y desarrollada como religión exitosa en el período en el que dominaba la esclavitud, logró desarrollar una multitud de justificaciones de fe para aceptar el sufriente destino del cuerpo esclavizado como formula inevitable y de mero transito terrenal Pero increíblemente el cristianismo, que tanto se ha dedicado a lo largo de su historia a devaluar la originaria plenitud del cuerpo y que tanto esfuerzo prodiga para someterlo, es el que con más fuerza ha consagrado la majestad del cuerpo ya vacío de alma, el que más ha elevado la dignidad del cadáver, ocurriendo que para los restos del cuerpo ha ofrendado el privilegio de la eterna sepultura y la inmunidad divina. Insólita paradoja que incrementa el valor de la muerte. Extraña obsesión esta la del cristianismo; mansedumbre, sacrificios, penurias, castidad y ayunos para el cuerpo con alma; solemnidad, pompa fúnebre, sepultura y eterno respeto para el cuerpo sin alma, para el polvo que todos fueron. En el capitalismo hasta el cuerpo sin alma es convertido en mercancía y se desataría la extendida industria de las casas funerarias con toda la gama de servicios que supone su existencia. La posmodernidad no parece haber cambiado tales afanes lucrativos y el cuerpo occiso sigue siendo objeto de presurosas urgencias económicas, cada vez mas especializadas. La aparición reciente de la técnica de polimerización de los cadáveres (técnica por la cual el tejido humano se conserva permanentemente por medio de caucho de silicona líquida) pareciera abrir a este campo, nuevas y auspiciosas posibilidades de negocios y una muy definitiva solución al problema de la corrupción del cuerpo que a través de la historia tanto embalsamador buscó. Esta ultima técnica, desarrollada principalmente desde China en los últimos años, ha dado pie a un espectáculo que han dado en llamar Bodies y cuyo secreto radica en exponer cuerpos humanos polimerizados de lo que fue un verdadero cadáver. A diferencia de los museos de cera de la modernidad que exponían los cadáveres como representación, el espectáculo de los Bodies calca un verdadero cadáver y lo expone sin intermediación.


                                    CONCLUSIÓN


La posmodernidad, implica un nuevo régimen de goce, donde toma relevancia el objeto, encarnado en el cuerpo y ya no el Otro. El goce contemporáneo se caracteriza por prescindir del Otro. La pulsión ya no va a recorrer ese camino a través del pasaje por el Otro para ir en busca del objeto perdido, sino que recurre directamente a la sustancia. Goce devastador que justifica las manifestaciones actuales del síntoma, tales como la anorexia, bulimia, toxicomanías que muestran a las claras el obstáculo en la transferencia y el privilegio del objeto. Síntomas en los que falta la significación del Otro como mediación entre el sujeto y el objeto del fantasma, que se presentan desprovistos de sentido y en los que la vertiente real aparece al descubierto poniendo en evidencia que el síntoma en su satisfacción, prescinde del Otro. Como decía Lacan: el síntoma se basta a sí mismo. Y esto es así, no por un “defecto” en el proceso de elaboración del síntoma, sino por un “efecto” de discurso. Lacan escribe el discurso capitalista con una pequeña alteración en el orden de las letras del discurso del Amo, poniendo en evidencia que ya no hay un S1 que regule los modos de distribución del goce. Discurso posmoderno que estructura un mercado cuya finalidad es la producción de objetos listos para gozar y para colmar la división subjetiva.-


BIBLIOGRAFÍA 

BLANCHET, R.: “La fiction contemporaine du corps” - La Causa Freudiane N• 41- París 1999.- BAUMAN, Z.: “ Vida de consumo “- Fondo de Cultura Económico” 2008.- FREUD, S.: “El malestar en la cultura” Amorrortu Editores - Tomo XXI LACAN, J.: Seminario 17 - “El reverso del Psicoanálisis” Editorial Paidos LACAN, J.: Seminario 19 - “…o peor” - inéditoLE GOFF, J.: “Una historia del cuerpo en la Edad Media” Editorial Paidos. LIPOVETSKY, G.: “La era del vacío: ensayos sobre el Individualismo Contemporáneo” Ed. Anagrama- 2000.- MILLER, J.A.: “L image du corps en psychanalyse”- La Cause Freudienne N• 68- París -2008.-. TROBAS, G.: “Tres respuestas del sujeto ante la angustia: inchibición, pasaje al acto y acting out” - Logos I, Grama Ediciones- 2003.-

Descartes: relación cuerpo/alma

Cultura | La relación entre alma y cuerpo según Descartes

Para Descartes, la primera verdad sobre la que ha de construirse el nuevo edificio de la filosofía es la certeza del yo pensante, de la cosa pensante (res cogitans), pues constituye el único punto de partida válido para asegurar que los conocimientos claros y distintos obtenidos por intuición son conocimientos firmes y verdaderos.
Ahora bien, también hay conocimientos –Descartes los llama «ideas adventicias», representaciones cuyo contenido creemos que nos llega desde fuera– que se refieren al mundo externo y corpóreo que no podemos obtener con la misma claridad y distinción que exige la intuición. Los objetos materiales, como opuestos a la sustancia espiritual y pensante que es el yo, son concebidos por Descartes como cosa extensa (res extensa) y su conocimiento tiene lugar a través de los sentidos, los cuales pueden engañarnos.
Sin embargo, esta apertura de las facultades sensibles e imaginativas a un mundo exterior ¿es realmente objetiva? Y en caso afirmativo ¿quién garantiza su objetividad? Para responder a ambas preguntas y garantizar plenamente que la facultad cognoscitiva del hombre no puede ser engañada con respecto a los objetos que componen el mundo externo, Descartes recurrirá a la demostración de la existencia de Dios partiendo no del mundo exterior al hombre, sino a partir del hombre mismo o, mejor dicho, de su conciencia. La importancia de este recurso metódico estriba en el hecho de que la idea de Dios que encuentro en mí, una «idea innata», garantiza en última instancia, por su carácter no derivable y evidente, la correspondencia entre la actividad pensante de la sustancia espiritual y las características y comportamientos de las sustancias extensas pensadas y conocidas por ella. La idea de Dios reafirma así la positividad de la realidad humana así como la capacidad natural para conocer la verdad.
Establecida la importancia de la demostración de la existencia Dios como fundamento último de evidencia y garante de la certeza de los objetos que componen el mundo externo, queda definida a grandes rasgos la concepción dualista cartesiana según la cual el ser humano sería una dualidad compuesta de alma y cuerpo. Se trata de un dualismo antropológico, es decir, una concepción del hombre que lo escinde en dos sustancias realmente distintas que pueden existir separada e independientemente:
– Por un lado, el alma, concebida como sustancia pensante (res cogitans), expresa el atributo del pensamiento y, por tanto, a imagen del Creador, la sustancia espiritual, una, simple, indivisible e infinita dentro de mí.
– Por otro lado, el cuerpo, materia finita en cuanto pura extensión, es espacial y mensurable tanto en sus propociones estáticas como en sus movimientos y actividades. El cuerpo es, de hecho, un autómata dotado de puro movimiento mecánico, de ahí que su comportamiento sea semejante al de las máquinas y esté regido por las leyes de la mecánica.
Es importante notar que es en el cuerpo y no en el alma donde Descartes localiza el principio de vida: luego la vida se reduce al puro movimiento mecánico. O dicho a la inversa: el alma no hay que concebirla en relación con la vida, es pensamiento pero no vida.
La comunicación entre el yo-alma y el cuerpo-máquina en Descartes es bastante problemática. El filósofo francés admite que el papel del alma es activo y fundamentador, pero al localizar su sede principal en el centro del cerebro –concretamente en la llamada «glándula pineal»– se verá obligado a explicar cómo funciona el mecanismo de interacción entre dos sustancias tan heterogéneas, y a explicar en obras posteriores como Las pasiones del alma (1649) una unión de alma y cuerpo más estrecha de la inicialmente planteada.
Prueba de esta comunicación o interacción entre cuerpo y alma es la existencia de las pasiones humanas, para cuya demostración Descartes adopta una explicación indudablemente mecanicista: en un planteamiento original que bebe de las teorías de la circulación de la sangre de Servet y Harvey, Descartes explica cómo los «espíritus animales», producidos en el corazón, circulan rapidísimamente por todo el cuerpo mezclados con la sangre y son bombeados finalmente al cerebro, donde ejercen una presión sobre la glándula pineal, que responde a la sensación en forma de movimiento del cuerpo.