SIGMUND FREUD
1856-1939
Sigismund
Freud, que, a los veintidós años, habría de cambiar ese nombre por el de
Sigmund, nació en Freiberg, en la antigua Moravia (hoy Príbor, Checoslovaquia),
el 6 de mayo de 1856. Su padre fue un comerciante en lanas que, en el momento
de nacer él, tenía ya cuarenta y un años y dos hijos habidos en un matrimonio
anterior; el mayor de ellos tenía aproximadamente la misma edad que la madre de
Freud -veinte años más joven que su esposo- y era, a su vez, padre de un niño
de un año. En su edad madura, Freud hubo de comentar que la impresión que le
causó esta situación familiar un tanto enredada tuvo como consecuencia la de
despertar su curiosidad y aguzar su inteligencia.
En
1859, la crisis económica dio al traste con el comercio paterno y al año
siguiente la familia se trasladó a Viena, en donde vivió largos años de
dificultades y estrecheces, siendo muy frecuentes las temporadas en las que,
durante el resto de su larga vida (falleció en octubre de 1896), el padre se
encontraría sin trabajo. Freud detestó siempre la ciudad en la cual, por otra
parte, residió hasta un año antes de su muerte, cuando, en junio de 1938 y a
pesar de la intercesión de Roosevelt y Mussolini, se vio obligado, dada su
condición de judío -sus obras habían sido quemadas en Berlín en 1933-, a emprender
el camino del exilio hacia Londres como consecuencia del Anschluss, la anexión
de Austria al rancio proyecto pangermanista de la Gran Alemania, preparada por
los nazis con ayuda de Seyss-Inquart y los prosélitos austriacos.
La familia se mantuvo fiel a la comunidad judía y sus
costumbres; aunque no fue especialmente religiosa; al padre cabe considerarlo
próximo al librepensamiento, y el propio Freud había perdido ya las creencias
religiosas en la adolescencia. En 1873, finalizó sus estudios secundarios con
excelentes calificaciones. Había sido siempre un buen estudiante,
correspondiendo a los sacrificios en pro de su educación hechos por sus padres,
que se prometían una carrera brillante para su hijo, el cual compartía sus
expectativas. Después de considerar la posibilidad de cursar los estudios de
derecho, se decidió por la medicina, aunque no con el deseo de ejercerla, sino
movido por una cierta intención de estudiar la condición humana con rigor
científico. A mitad de la carrera, tomó la determinación de dedicarse a la
investigación biológica, y, de 1876 a 1882, trabajó en el laboratorio del
fisiólogo Ernst von Brücke, interesándose en algunas estructuras nerviosas de
los animales y en la anatomía del cerebro humano. De esa época data su amistad con
el médico vienés Josef Breuer, catorce años mayor que él, quien hubo de
prestarle ayuda, tanto moral como material. En 1882 conoció a Martha Bernays,
su futura esposa, hija de una familia de intelectuales judíos; el deseo de
contraer matrimonio, sus escasos recursos económicos y las pocas perspectivas
de mejorar su situación trabajando con Von Brücke hicieron que desistiese de su
carrera de investigador y decidiera ganarse la vida como médico, título que
había obtenido en 1881, con tres años de retraso.
La obtención de una beca para un viaje de estudios le llevó a
París, en donde trabajó durante cuatro meses y medio en el servicio de
neurología de la Salpêtrière bajo la dirección de Jean Martín Charcot, por
entonces el más importante neurólogo francés. Allí tuvo ocasión de observar las
manifestaciones de la histeria y los efectos de la hipnosis y la sugestión en
el tratamiento de la misma. De regreso a Viena, contrajo matrimonio en
septiembre de 1886, después de un largo noviazgo jalonado de rupturas y reconciliaciones
como consecuencia, en especial, de los celos que sentía hacia quienquiera que
pudiese ser objeto del afecto de Martha (incluida su madre). En los diez años
siguientes a la boda, el matrimonio tuvo seis hijos, tres niños y tres niñas,
la menor de las cuales, Anna, nacida en diciembre de 1895, habría de
convertirse en psicoanalista infantil.
Poco antes de casarse, Freud abrió una consulta privada como
neuropatólogo, utilizando la electroterapia y la hipnosis para el tratamiento
de las enfermedades nerviosas. Su amistad con Breuer cristalizó, por entonces,
en una colaboración más estrecha, que fructificaría finalmente en la creación
del psicoanálisis, aunque al precio de que la relación entre ambos se rompiera.
Entre 1880 y 1882, Breuer había tratado un caso de histeria (el de la paciente
que luego sería mencionada como «Anna O.»); al interrumpir el tratamiento,
habló a Freud de cómo los síntomas de la enferma (parálisis intermitente de las
extremidades, así como trastornos del habla y la vista) desaparecían cuando
ésta encontraba por sí misma, en estado hipnótico, el origen o la explicación.
En 1886, luego de haber comprobado en París la operatividad de la hipnosis,
Freud obligó a Breuer a hablarle de nuevo del caso y, venciendo su resistencia
inicial, a consentir en la elaboración conjunta de un libro sobre la histeria.
Durante la gestación de esta obra, aparecida en 1895, Freud desarrolló sus
primeras ideas sobre el psicoanálisis. Breuer participó hasta cierto punto en
el desarrollo, aunque frenando el alcance de las especulaciones más tarde
características de la doctrina freudiana y rehusando, finalmente, subscribir la
creciente convicción de Freud acerca del papel desempeñado por la sexualidad en
la etiología de los trastornos psíquicos.
En 1896, luego de romper con Breuer de forma un tanto violenta, Freud
empezó a transformar la metodología terapéutica que aquél había calificado de
«catarsis», basada en la hipnosis, en lo que él mismo denominó el método de
«libre asociación». Trabajando solo, víctima del desprecio de los demás
médicos, el tratamiento de sus pacientes le llevó a forjar los elementos
esenciales de los conceptos psicoanalíticos de «inconsciente», «represión» y
'transferencia'. En 1899, apareció su famosa La interpretación de los sueños, aunque con fecha de edición de 1900, y en 1905 se publicó Tres contribuciones a la teoría sexual, la segunda en importancia de sus obras. Estos
dos fueron los únicos libros que Sigmund Freud revisó puntualmente en cada una
de sus sucesivas ediciones.
Hasta 1905, y aunque por esas fechas sus teorías habían franqueado ya
definitivamente el umbral de los comienzos y se hallaban sólidamente
establecidas, contó con escasos discípulos. Pero en 1906 empezó a atraer más
seguidores; el circulo de los que, ya desde 1902, se reunían algunas noches en
su casa con el propósito de orientarse en el campo de la investigación
psicoanalítica, fue ampliado y cambió, incluso, varias veces de composición,
consolidándose así una sociedad psicoanalítica que, en la primavera de 1908,
por invitación de Karl Gustav Jung, celebró en Salzburgo el Primer Congreso
Psicoanalítico. Al año siguiente, Freud y Jung viajaron a Estados Unidos,
invitados a pronunciar una serie de conferencias en la Universidad Clark de
Worcester, Massachusetts, comprobando con sorpresa el entusiasmo allí suscitado
por el pensamiento freudiano mucho antes que en Europa. En 1910 se fundó en
Nuremberg la Sociedad Internacional de Psicoanálisis, presidida por Jung, quien
conservó la presidencia hasta 1914, año en que se vio obligado a dimitir, como
corolario de la ruptura fallada por el mismo Freud en 1913, al declarar
improcedente la ampliación jungiana del concepto de «líbido» más allá de su
significación estrictamente sexual. En 1916 publicóIntroducción al psicoanálisis.
En 1923,
le fue diagnosticado un cáncer de mandíbula y hubo de someterse a la primera de
una serie de intervenciones. Desde entonces y hasta su muerte en Londres el 23
de septiembre de 1939, estuvo siempre enfermo, aunque no decayó su enérgica
actividad. Sus grandes contribuciones al diagnóstico del estado de nuestra
cultura datan de ese período (El porvenir de una ilusión [1927], El malestar en
la cultura [1930], Moisés y el monoteísmo [1939]). Ya con anterioridad, a
través de obras entre las que destaca Tótem y tabú (1913),
inspirada en el evolucionismo biológico de Darwin y el evolucionismo social de
Frazer, había dado testimonio de hasta qué punto consideró que la importancia
primordial del psicoanálisis, más allá de una eficacia terapéutica que siempre
juzgó restringida, residía en su condición de instrumento para investigar los
factores determinantes en el pensamiento y el comportamiento de los hombres.
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